La Plaza de Cantarranas, situada en el corazón de la ciudad, tiene una rica historia que se remonta a siglos atrás. Originalmente, la zona comprendida entre la calle Macías Picavea, la Plaza de Fuente Dorada y la acera de los números pares de la Calle Platería, en dirección al río Esgueva, se conocía como «Cantarranillas». Este nombre tenía su origen en el hecho de que el río Esgueva, que fluía al descubierto en esa área, era conocido por los conciertos de ranas y sapos que se escuchaban allí.

La plaza se extendía desde la Plaza de La Libertad y la calle de Ebanistería hasta la plazuela de Cantarranillas. En el año 1863, se le dio a la calle que descendía desde la Plaza de La Libertad el nombre de «Calle de Ebanistería», mientras que el tramo estrecho desde la calle Macías Picavea hasta la plazuela mantuvo el nombre de «Calle de Cantarranillas». La propia plazuela pasó a llamarse «Plazuela de Cantarranillas».

El nombre de Cantarranillas era apropiado debido a la presencia del río Esgueva, que albergaba a ranas y sapos que protagonizaban sus sonoros conciertos en la zona. Además del río, la plaza también contaba con un puente cercano a la calle de Gallegos, conocido como el «puente de los Gallegos». Otra denominación que a veces se le daba a esta plaza era «la Virgencilla», posiblemente debido a la presencia de una imagen de María en algún nicho o altar en la zona.

En los registros históricos, se menciona la existencia de un corral conocido como el «corral del Abad» en la plaza. Los documentos del Regimiento de 1499 hacen referencia a este corral y su ubicación, que se extendía hasta la Costanilla. Es probable que la Costanilla fuera una callejuela estrecha que conectaba la plazuela de la Fuente Dorada con la de Cantarranillas. En algún momento a principios del siglo XVI, se intentó establecer un abrevadero para animales en esta calleja.

La Plaza de Cantarranas, con su rica historia y evolución a lo largo de los siglos, representa una parte importante del patrimonio histórico de la ciudad. Su nombre y su vida han estado estrechamente relacionados con la presencia del río Esgueva y las actividades que se desarrollaban en esta animada plaza. A través de los años, ha sido testigo de cambios y transformaciones que reflejan la evolución de Valladolid como una ciudad con una rica herencia cultural y social.